sábado, 24 de enero de 2009

BIEN COGIDA

Pese a los años que han pasado y a los polvos que disfrute desde entonces, jamás pude olvidar una experiencia que tuve a los diecisiete años, cuándo todavía era una tierna colegiala ávida de sexo y de emociones fuertes.
Como casi todas las chicas de mi curso, ya había cogido unas cuántas veces, pero solo con chicos de mi edad, por lo que no podía decirse que estuviera tan satisfecha como debería de haberlo estado. Y creía, es más, estaba segura, de que eso se debía a que todavía no me las había tenido que ver con un hombre de verdad. Con alguien que me cogiera como se debe, y que no se limitara tan solo a dispensarme un intrascendente mete y saca, como si con eso fuera suficiente para alcanzar el éxtasis tan anhelado.
Por eso es que empecé a buscar, casi diría que con desesperación, a quién me la diera bien dada. Sin importarme quién fuera. Tenía varios candidatos en vista, el carnicero del mercado, que siempre que iba a comprarle algo me decía un piropo, el mecánico que le arreglaba el auto a mi papá, que me miraba con unas ansias imposibles de disimular, un guardia de seguridad que estaba todos los días en el laboratorio de la otra cuadra y que cuándo me veía yendo para el colegio me decía cosas que me hacían estremecer. Pero el que habría de ganarse el premio mayor, sería un tipo que no había visto nunca, un ilustre desconocido, alguien que entraría y saldría de mi vida como si de un suspiro se tratara pero que dejaría una profunda huella no solo en mi corazón sino también en mi intimidad, allí en donde los sentimientos son más intensos y explosivos.
Aquella mañana iba pensando en quién sería mi elección final, a quién me entregaría en cuerpo y alma para gozar de una vez por todas de aquello que todavía tenía pendiente, el carnicero, el mecánico, o el de seguridad, la ventaja la llevaba por el momento el mecánico, un hombre fuerte y vigoroso, con cara de degenerado, por lo que consideraba que el disfrute iba a ser mayor que con cualquier otro. Pero entonces se interpuso en mi camino éste sujeto, un tipo de unos treinta años, morocho, de bigotes, delgado y de buen porte, quién supo aparecerse en el momento justo, ni antes ni después, sino a la hora indicada, cuándo más susceptible estaba.
-No pierdas tiempo en el colegio, preciosa, yo podría enseñarte algunas cosas que te serían muy útiles- me dijo como al pasar, devorándome prácticamente con la mirada.
Fue como un flechazo. Entonces ni lo pensé, detuve mi caminata, me di la vuelta y lo encaré. Siempre fui de ir de frente con los hombres, no soy de quedarme, si un tipo me gusta, yo voy hacia él, no espero a que él venga hacia mí. Y eso fue lo que hice con ese tipo, lo fui a buscar.
-¿Y cuáles serían esas cosas?- le pregunte, enfrentándolo.
El tipo se quedo mudo, después de todo, ¿cuántas son las posibilidades que una chica te responda demostrando estar interesada en lo que le dijiste?
-Bueno, algunas cosas que ya estas en edad de aprender- me dijo luego de tragar saliva y carraspear un par de veces, como para entonarse.
-Tenes pinta de ser buen profesor- le hice notar, tuteándolo pese a la diferencia de edad.
-El mejor, te lo aseguro- se vanaglorió.
-¿Me tomarías como tu alumna?- le pregunte, sosteniéndole la mirada, mordiéndome los labios para lucir más sexy.
-Pasa al aula que la clase ya esta por empezar- me dijo a la vez que abría la puerta de lugar frente al cuál estaba parado cuándo me lo encontré.
El sitio era una especie de depósito o algo así y en ese momento parecía no haber nadie más que él, aunque luego me llevaría una más que agradable sorpresa.
Ni bien estuve adentro, cosa que no dude en lo absoluto, el tipo me agarro por detrás, apoyándome el bulto justo en la cola, restregándomelo entre las nalgas, haciéndome sentir esa dureza exquisita que en nada podía compararse a lo que mis compañeros de colegio me habían hecho sentir hasta entonces. Esto era mucho más firme y consistente, eso se hacía por demás evidente pese a que la ropa impedía todavía que pudiera sentirlo en todo su esplendor.
Desde atrás me agarró de las tetas y me las amasó mientras me llevaba casi a la rastra hacia un rincón de aquel depósito que a la vez haría de salón de clases para todo aquello que anhelaba aprender de una vez por todas. A gozar como se debe. Y aquel hombre parecía ser el indicado para proporcionarme tan elementales lecciones.
-Lo primero que tenes que aprender es a chuparla bien, eso es algo fundamental en toda mujer, así que veamos que sabes hacer- me dijo, incitándome para que me postrara delante suyo y le demostrara prácticamente mi habilidad como mamadora.
Por supuesto que así lo hice. Me eche delante de él, de rodillas y la emprendí contra su entrepierna, frotándole el paquete que ostentaba a través de la tela del pantalón a la vez que me esforzaba por desabrochárselo. Cuándo lo conseguí, le metí una mano adentro y agarrando aquello que tanta fascinación me inspiraba, lo saque afuera y comencé a hacer con el todo lo que sabía y más también.
Primero le di un beso en las bolas y luego fui ascendiendo lentamente por el tronco, el cual se iba endureciendo progresivamente, llegando a ostentar un tamaño por demás descomunal, fuera de toda proporción, algo que me impresionó en todo sentido, absolutamente, confirmándome que pese a haber cogido ya varias veces, todavía no me habían cogido en serio, tal como aquel tipo se proponía.
Entonces, tras que la tuviera bien al palo, me metí la pija en la boca y se la chupe, mamando ávidamente cada trozo, succionando con todas mis ansias esa carne dura, jugosa y caliente que pulsaba estrepitosamente entre mis manos. De ratos me la sacaba de la boca y me la restregaba por toda la cara, por encima de los labios, por debajo de la nariz, por las mejillas, oliéndola, saboreándola con suma delectación, sintiendo esa fuerza, ese poderío que llevaba adentro.
Sin poder contenerse mucho más el tipo me agarro de los brazos y me levanto, volvió a estrujarme las tetas y comenzó a desvestirme, besándome aquí y allá, metiéndome mano por todos lados, haciendo de aquel momento una ceremonia por demás sensual y excitante.
Cuándo ya me puso en pelotas, extendió en el suelo una lona y con la calentura más extrema adornando cada una de sus palabras, me dijo, o mejor dicho, me ordenó que me pusiera en cuatro. Así lo hice, obviamente, clavando las rodillas en el suelo, sumisa y obediente, poniéndome como una perrita en celo, con la colita bien levantada, ofreciéndosela a mi experimentado profesor en todo su esplendor.
Ni bien me tuvo en esa posición, se saco el pantalón, se deshizo también del calzoncillo, y colocándose tras de mí, me amaso primero las nalgas y luego, mediante un firme y contundente empujón, me la mandó a guardar hasta lo más profundo, lacerándome las entrañas con ese tremendo bastión carne que manejaba con una habilidad innegable.
Al sentirlo adentro, avanzando impetuosamente, sentí la diferencia entre lo que él me ofrecía y lo que había disfrutado hasta entonces. No había ni punto de comparación. Esto era algo por demás impresionante, algo tan grande, tan enorme, que me lleno por completo, rebalsando con su portentosa inmensidad cada resquicio de mi complacida conchita.
Me sentía en las nubes recibiendo en mi interior toda esa grandiosidad hecha pija, carnosa, caliente, toda rodeada de venas, dura en extremo, deliciosamente jugosa, la satisfacción era inmediata, mucho más de lo que hubiese imaginado jamás.
Entonces comenzó a moverse, primero despacio, haciéndomela sentir en toda su vibrante plenitud, aunque aumentando gradualmente el ritmo de sus embestidas, las cuáles se hacían cada vez más profundas y brutales. Claro que eso me complacía en exceso, prefería mil veces eso, que los triste y aburridos ensartes que me habían prodigado hasta entonces.
Sin dejar de darme aquello que tanto me gusta, el tipo me amasaba desde atrás las tetas, estiraba sus brazos por debajo de mi cuerpo, me las agarraba y me las frotaba con encendido apasionamiento, retorciéndome cruelmente los pezones, haciéndome vibrar de pura e irrefrenable excitación.
Estaba caliente en exceso, por lo que entre roncos jadeos le pedía más y más, que me reventara que quería, pero que me hiciera gozar en esa forma que tanta falta me hacía.
-¡Toma pendeja, toma…acá tenes lo que te gusta…!- me gritaba el tipo, dándome fuertes nalgadas, enrojeciéndomelas sin piedad, sin aminorar en lo absoluto las feroces acometidas con que me penetraba.
Justo en ese momento me la saco, me hizo dar la vuelta, y acomodándose entre mis piernas bien abiertas me la volvió a clavar de un solo empujón, esta vez por adentro, arrancándome un verdadero rugido de placer, haciendo que todo mi cuerpo temblara al sentirlo avanzar en esa forma suya tan extrema y cautivante.
El gusto que sentía era supremo. Y estaba en pleno éxtasis, gozando de uno de los tantos polvos que aquel sujeto me regalaba cuándo me pareció escuchar la voz de otro hombre.
Como en medio de un sueño, levante la cabeza, abrí los ojos, y lo vi, parado a un costado, entre sorprendido y excitado. Se trataba de un tipo mucho más grande que el que en ese momento tenía adentro, de unos cincuenta años aproximadamente, pelado y barrigón, quién, mientras no nos sacaba los ojos de encima, se frotaba el paquete de la entrepierna con un entusiasmo por demás comprensible, considerando el tentador espectáculo que le estábamos ofreciendo.
-No seas egoísta compañero, convidame un poco de ese caramelito que te estás comiendo- le dijo al que me cogía, a lo cuál mi comprensible profesor respondió en una forma más que satisfactoria.
Tras sacármela de un solo tirón, se levanto e invito por las suyas a su compañero a disfrutar de mi cuerpo.
-Dale, pegale un clavado- le dijo, tras lo cuál, el recién llegado, peló una poronga de considerables proporciones, y acomodándose entre mis piernas, me la metió sin demasiada ceremonia previa. Fue directamente al punto, tal cuál a mí me gusta, ¿para que andarse con rodeos si finalmente todos queremos lo mismo?
Ni bien lo tuve adentro, comencé a moverme con él, acoplando mi pelvis a la suya, conformando entre ambos un solo vaivén, por demás preciso y efectivo, restregando mis puntiagudas tetitas contra pecho peludo y viril, el cuál me contagiaba su desmedida calentura.
Me cogieron por turnos, por atrás, por adelante, de costado, metiéndomela uno mientras se la chupaba al otro, y viceversa, haciéndomela sentir de todas las formas posibles, tal como mi cuerpo me lo urgía.
-¡Que puta que es esta pendeja!- comentó uno de ellos al metérmela por enésima vez, confabulándose entre ambos para acabarme los dos encima y al mismo tiempo, rociándome toda con las sendas eyaculaciones que me dispararon a quemarropa, unos espesos y violentos guascazos que me proporcionaron la delicia de sentir sobre mi piel esa pegajosidad tan anhelada y disfrutable a la cuál me haría irremediablemente adicta.
Fue el mejor garche de mi vida, sin duda alguna, la primera vez que me sentí muy bien cogida, en la forma en que una putita como yo se merecía. Ni más ni menos, y lo más sorprendente de todo es que jamás supe los nombres de quienes hicieron de mi cuerpo un verdadero festival para los sentidos.
Para ellos, el mejor de mis recuerdos.

4 comentarios:

  1. Me gusto mucho tu blog, muy bueno. Te felicito y segui asi.
    Tes espero por el mio:
    http://lasargentasdewarache.blogspot.com/

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  2. Hola cariño me a gustado tu relato eres estupenda sigue contando más. gracias

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