sábado, 24 de enero de 2009

18 RECIEN CUMPLIDOS

Cuándo pasó no lo podía creer. Llevaba tiempo en esto del chat, metiéndome en cuánta sala encontraba, pero hasta el momento jamás había tenido la suerte de encontrar a alguien como Alejandra. Así me dijo que se llamaba, y lo mejor de todo es que me dijo que tenía 18 años, y 18 recién cumplidos, eh. No es moco de pavo. Eso era lo que me había dicho en uno de los tantos encuentros virtuales que tuvimos, claro que no sabía si creerle o no. Ustedes saben como es eso. Hasta podría tratarse de una vieja de ochenta que solo me escribía lo que yo quería leer, pero bueno, decidí correr el riesgo y seguirle la corriente, después de todo no tenía nada que perder. Yo me llamo Alfredo y tengo 41, por lo que la idea de engancharme a una pendeja de esa edad me seducía irremediablemente. Seguimos por esa misma onda por unos cuántos días, calentándonos vía chat, hasta que un día me lanzó así nomás y sin anestesia.
-Me gustaría mucho coger con vos-
Casi me caigo de la silla al leer lo que había tecleado. Ella sabía muy bien mi edad, no le había mentido en eso, por lo que más allá del juego que realizábamos me sorprendió que me lo dijera tan directamente.
-¿En serio?- le pregunte sorprendido por la seguridad con que me lo decía.
-Si, me gustaría mucho-
A partir de ahí empezamos a fantasear con lo que nos haríamos, yo a ella y ella a mí de estar solos, hasta que se decidió a contarme que estaba de novia desde hacia casi un año con un chico de su misma edad, pero que siempre había tenido ganas de estar con alguien mucho más grande.
-Con alguien como vos- remató y con eso me “remató” a mí.
Quedamos entonces en encontrarnos una tarde después de que ella salía de la facultad, estaba cursando el ciclo básico en la Ciudad Universitaria, junto con el novio, por lo que tenía que ser un día en especial de la semana, cuándo él no pudiera concurrir. Tuvimos que esperar algunos días para que esto ocurriera, hasta que una tarde recibí en el celular el tan ansiado mensaje:
“Hoy no vino, te espero a las ocho donde arreglamos”. Dejé lo que estaba haciendo y me fui para allá. Previamente ya habíamos arreglado en donde nos encontraríamos, un lugar que quedaba en mitad de camino entre la Ciudad Universitaria y mi laburo, por lo que con la puntualidad de un lord inglés estuve en el lugar convenido. Y ni bien llegué la vi venir por la esquina. Hasta el momento solo nos conocíamos por fotos, pero al verla personalmente me pareció mucho más linda y despampanante de lo que había imaginado en un primer momento. Era una nena, por supuesto, una nena de 18 años recién cumplidos, pero estaba más fuerte que lo más fuerte que puedan imaginarse. Rubiecita, de ojos claros, pecosa, de cuerpo aniñado, despertaba una intensa dulzura al verla, la que , por supuesto, no iba a tener cuándo la tuviera a mi entera disposición, toda desnuda y mojadita.
Nos saludamos con un beso, como dos viejos conocidos, nos dijimos unas pocas palabras, y sin que hiciera falta nada más, entramos a un telo que estaba en esa misma cuadra, ahí nomás, a tiro, ya que por esa excluyente razón habíamos elegido ese lugar.
Ni bien estuvimos a solas en la habitación, nos abrazamos y empezamos a besarnos como dos desaforados, metiéndonos manos por todos lados, especialmente yo, que trataba de abarcar de una sola vez toda la delicada anatomía de aquella hermosa niña.
Así, entrelazados, caímos sobre la cama, con la lamo de ella adherida a mi entrepierna, acariciando en una forma por demás entusiasta el tremendo bultazo que ya se me había formado.
-¡Quiero chupártela!- me hizo saber en determinado momento, sin que yo le dijera nada, aunque eso mismo era lo que pretendía.
-Toda tuya- le dije, así que apoyé la cabeza entre mis manos entrelazadas y me dispuse a disfrutar del excitante espectáculo que representa que una pendeja de 18 te la mame.
Con sumo cuidado y como si se tratara de una delicada tarea de manualidades, me desabrochó primero el cinturón, luego me desprendió el botón, me bajó el cierre muy cuidadosamente y entonces si, metió una mano dentro de la bragueta, me agarro el pedazo, lo sacó afuera y sin soltarlo todavía empezó a frotarlo con entusiasmo y precisión. Me la frotaba de arriba abajo, poniéndomela cada vez más dura con ese tacto que me enloquecía. Cuándo ya la tuvo bien al palo, sin soltármela aún, abrió bien la boca y se la mandó para adentro, comiéndose un muy buen trozo, casi hasta por la mitad de mi preponderante volumen, para iniciar entonces una mamada de aquellas, de antología, usando mucha saliva para lustrarme la pija bien como se debe.
Se la paso un buen rato dele succionarme, entreteniéndose también con las bolas, a las que le dedicó una completa atención, lamiéndolas, besándolas, chupándolas y hasta mordiéndolas, para luego subir con la lengua por el pedazo principal y volver a comérsela como solo ella sabia, con un entusiasmo poco frecuente, por lo menos en lo que yo estaba acostumbrado a ver. Le gusta la verga a la pendeja, y le gustaba comérsela doblada.
Después de chupármela bien chupada, se puso en bolas y con todo el entusiasmo a flor de piel se me subió encima, a caballito, y por sí misma se acomodó la verga entre los gajos, y de a poco se fue sentando, disfrutando entre plácidos suspiros de la lenta y precisa penetración. Cerraba los ojos y se mordía los labios la guachita, ponía los ojos en blanco también, y entonces empezó a moverse suave y rítmicamente, mandándosela toda bien hasta el fondo, aumentando de a poco el ritmo y aumentando también la intensidad de sus suspiros.
Ahora gemía mucho más fuerte, moviéndose con mayor intensidad, disfrutando cada vez que le llegaba hasta lo más profundo, revoleando las gomas de un lado a otro, las cuáles, para su edad, las tenía bastante desarrolladas. Desde abajo yo se las agarraba y apretaba, le pellizcaba los pezones, le estrujaba toda la carne, anhelando exprimir todo el jugo de esos imponente limones que ya ansiaba devorarme.
Al rato se bajó y se echó de espalda, las piernas bien abiertas, mostrando la concha toda abierta, jugosa y caliente. Me le tiré encima, se la metí y le entre a dar, dar y dar, la piba se estremecía toda debajo mío, y cuánto más le daba, más se mojaba, se mojaba por abajo y por arriba, porque lloraba de placer.
Estuvimos un buen rato practicando todas las poses posibles, hasta de parados, cuándo entre gustosos jadeos me dijo que le gustaría mucho que le diera “por la colita”. Ahí aluciné.
Le empecé a lubricar el ojete con lo que tenía a mano, le metí un par de deditos para dilatarla convenientemente, y con ella en cuatro, la cola bien levantada, le enfilé por el agujero de atrás toda mi carne bien caliente y entumecida. El culo le temblaba como gelatina a la pendeja, pero así y todo me pedía, quería, que se lo rompiera. Así que le apoyé la punta justo en la entrada, acomodándola para que no se desviara y empecé a empujar, en los primeros intentos resbalaba por la raya, pero luego si le encajé la cabeza y de a poco todo el resto, la piba lloraba pero no me pedía que se la sacara, y la verdad es que escuchar sus sollozos me calentaban mucho más todavía, así que se la seguí metiendo hasta tener un poco más de la mitad dentro suyo. Tenía el culo más apretadito que pueda recordar, así que me empecé a mover lentamente para estirarla de modo que la penetración se hiciera más fluida y ya no le doliera tanto. Ahora si, la pendeja ya no lloraba, sino que jadeaba y se estremecía toda de placer, empujando por sí misma las caderas hacia atrás para ensartarse todavía más en mi verga cada vez más dura y activa. Y después de unos cuántos combazos, uno más profundo que el otro, se la deje bien guardada adentro y le acabe en el culo, ella misma me lo pidió.
-¡Quiero que me llenes el culo de leche!- me dijo con una vocecita de nena que me superaba.
Fue un polvo hermoso, alucinante, de otro mundo. Y de verdad les digo que todavía no puedo creer la suerte que tuve de hacerlo con ese nena de dieciocho recién cumplidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario